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Mañana se inaugura la exposición “Arte en el Mercado”, con los trabajos realizados en la actividad cultural homónima del pasado mes de septiembre

Cinco artistas sorianos emplearon el espacio del Mercado municipal para desarrollar sus propuestas creativas e interactuar con el público. El objetivo es dinamizar este espacio emblemático para la ciudad mientras permanezca abierto y dejar para el recuerdo escenas que no se repetirán una vez sea derruido. Mañana, cuatro de estos artistas inauguran una exposición que recoge una muestra de los trabajos realizados
Mañana se inaugura la exposición “Arte en el Mercado”, con los trabajos realizados en la actividad cultural homónima del pasado mes de septiembre

El pasado mes de septiembre se llevó a cabo una actividad dentro de la campaña “El Mercado, por supuesto” cuanto menos novedosa. Gracias a la colaboración de las Concejalías de Comercio y Cultura, durante los sábados del mes de septiembre, el espacio del mercado de abastos se convertió en un inusitado museo de arte no convencional y efímera.

“Arte en el mercado” ha reunido a un grupo de cinco artistas plásticos sorianos para que, cada uno a su manera y con actuaciones diferentes, dieron rienda suelta a su creatividad en una especie de homenaje al edificio que pronto desaparecerá, como una forma de dar vida al mercado, contando con la participación de los ciudadanos, que pudieron dejar sus impresiones y recuerdos plasmados en algunas de las obras, y a la vez, una singular manera de decir adiós al viejo edificio, que desde el momento de su demolición, sólo estará presente en los vídeos y fotografías que los artistas realicen durante estos días y que se recogerán en una exposición y un catálogo que se presenta mañana viernes.

Javier Arribas, Juan Antonio Gaspar, Enrique Rubio, Gloria Rubio Largo y Paye Vargas llevaron a cabo sus performances simultáneamente durante los sábados del mes de septiembre. Ahora, Javier, Enrique, Gloria y Paye presentan sus trabajos hasta el próximo 23 de abril en el Centro Cultural Palacio de la Audiencia de 19 a 21 horas.

INTRODUCCIÓN

TEXTO: Eva Lavilla Rey 

La exposición ARTE EN EL MERCADO es el resultado de la propuesta de un grupo de artistas aprovechando la intervención que el Ayuntamiento de Soria está realizando sobre un espacio tan emblemático de la ciudad como el Mercado de Abastos. Es en el paréntesis, entre su desaparición física y su reconstrucción, en el que se desarrolla la actividad artística como un puente que une pasado y futuro.

El proyecto expositivo en la Audiencia, que este catálogo presenta es tan sólo una parte (ni siquiera la última) de ese proceso que enlaza ayer-hoy-mañana. Es, por decirlo así, el segundo acto de una representación colectiva que se prolongará en el tiempo. Durante el mes de septiembre del 2010 el mercado, sin dejar de serlo, fue también el escenario de una primera intervención artística. Mientras los ciudadanos se acercaban a realizar sus compras cotidianas curioseaban y se sorprendían de los cambios que se iban operando en los muros, las escaleras, las aceras o los pasillos de un espacio tan conocido. Condenado ya a su desaparición sus muros se llenaban de colores y palabras, sus pasillos albergaban extrañas esculturas con imágenes reflejadas y al exterior dos líneas iban rodeándolo. Intervenciones colectivas porque no podía ser de otra manera en un lugar tan público como el mercado. El resultado, nunca final, fue una contribución de todos. 

Tras esa primera actuación, desposeídos ya de la gravedad de lo físico, de las amarras arquitectónicas del propio edificio, los artistas protagonizan un segundo acto, éste que ahora presentamos. Como un juego de la Memoria que representa sin escenario, nos devuelven a un mercado inexistente, re-construido en sus obras como un señuelo para nuestro recuerdo. Los videos y las imágenes son los testimonios manipulados de lo que ocurrió, reconstrucciones ficticias de lo que fue, y la visión desdibujada de lo percibido. Por otro lado las palabras revolotearán como un eco atrapado en la sala. 

Más tarde, quizás, se desarrolle un último acto cuando el nuevo y definitivo mercado se levante sobre las ruinas del que de alguna manera ahora nos estamos despidiendo. Como si de un templo se tratase, como si aprovecháramos un espacio ya sagrado, santificado por el contacto de los hombres y mujeres, por el acto cotidiano de la comunicación, el nuevo mercado esconderá en sí mismo los restos arqueológicos de éste. 

Porque lo que los creadores “reconstruyen” para nosotros no es tan sólo el lugar donde vamos a comprar alimentos, es la víscera palpitante de una ciudad: su plaza. Y cuando digo plaza quiero decir encuentro, mercado... Ese vacío, generado por los caprichos de la ciudad o por la rígida planificación urbanística, que una y otra vez se llena cada día y acoge el murmullo de la población, los ruidos, las acciones repetidas desde hace siglos. Es todo lo contrario a un no lugar, es el corazón cierto de los que habitan la ciudad. 

Ese espacio indeterminado que ha ido remontando el Collado de esta ciudad buscando, junto a nosotros, un desahogo lejos del río. Así el mercado se ha ido encarnando a lo largo de los siglos en distintas plazas y calles hasta hacerse en ocasiones incontenible para disgusto de la Corporación Municipal. Desde la plaza de San Pedro y la de Azogue en la Edad Media hasta llegar a la del Collado o Plaza Mayor, para acabar en la de los Teatinos o de Bernardo Robles; y siempre a la sombra de una iglesia el mercado ha ido saltando de plaza en plaza, extendiéndose sin control por las calles adyacentes. Hoy vuelve a cambiar de lugar, una migración más; desde que hace casi un siglo se levantase el actual Mercado de Abastos en 1914 en medio de una gran polémica. Discutido por las variaciones en su proyecto que poco a poco se alejaba de la moda de la época de una arquitectura de hierro y criticado por las deficiencias técnicas, acabó consolidándose como el espacio que ha contenido esa fuerza a veces desbordante de las mercancías. En los últimos años, cada vez menos, debido a la competencia de los centros comerciales.

¿ARTE Y MERCADO? ¿Por qué no? En la Plaza Mayor no sólo se vendían frutas, verduras y cereal también se podía asistir a una obra de teatro o a una corrida de toros, con suerte desde los balcones. Lugar de encuentro y lugar artístico en la cotidianidad, ¿Qué mejor y más sincrónico happening que el juego cada día repetido entre vendedor y comprador? ¿Qué coreografía más precisa y exacta que la de los tenderos colocando su género de nuevo? ¿Qué tapiz más estimulante que el orden de las formas y colores de la fruta en el puesto? Pienso en el pescado fresco de río y de mar que se vendía en la plaza de Azogue, en el pan, en el vino, en las frutas y verduras de la plaza Mayor, en la leche de la plaza de la Leña... Hay una belleza en todos estos actos que sólo de forma insuficiente podemos calificar de trabajo.

La metáfora es tan rica que corremos el riesgo de perdernos sin profundizar demasiado en ella. Sin duda las cuatro propuestas nos guiarán por las posibilidades emocionales, antropológicas y filosóficas. ¿Acaso no es eso el ARTE? 

ARTE EN EL MERCADO, que no el mercado del arte. Especialmente en un momento en el que nos resulta difícil desvincular el objeto artístico de su valor de mercado, refugio de la especulación capitalista, nos encontramos con otro tipo de propuesta. Una propuesta que juega irónicamente con la polisemia de la palabra mercado confundiéndonos y desorientándonos. ¿Qué intercambiamos? Se pregunta Javier Arribas¿Qué intercambiamos cuando la obra está condenada a desaparecer, cuándo no tiene voluntad de eternidad? Cuando su destino está encadenado al del edificio del mercado, cuando tiene “Fecha de caducidad” ¿Qué intercambiamos, entonces? El mercado pierde su dimensión comercial para recuperar su vertiente más humana. ¿Qué intercambiamos cuándo hemos dejado de pensar en el beneficio económico? ¿Es posible que la actividad artística se convierta en un juego múltiple en el que se invita a todo el mundo a participar como ocurrió en la creación del mural? ¿Qué importancia tiene el resultado final cuando un telón verde se despliega sobre él o cuando se echa abajo la pared? Se me ocurre que lo único importante es haberlo pasado bien, haber jugado durante unos días todos juntos. ¿Si no era un juego cómo explicar que fueran los niños los que se entregaran con mayor placer y dedicación? Así pues ¿Qué intercambiamos? Nada o mejor dicho a nosotros mismos, nuestros roles, nuestras palabras y nuestros actos. Allí en el mercado el único género a vender éramos nosotros.

Y sin embargo no olvidamos que estamos ante una pérdida, pero ¿Qué estamos perdiendo? Sin remedio la evocación de otros tiempos que provoca ese espacio público. Su desaparición se convertirá en una duda más de nuestra existencia porque los objetos, no las mercancías, mantienen una relación con nosotros un diálogo que hemos sostenido durante años. Hay cuadros que pintan ciudades imaginarias y hay ciudades que han sucumbido a la vorágine constructora. Al recorrer las calles de una ciudad como Soria no sólo se realiza un ejercicio de reconocimiento, las imágenes sobreimpresas desafían la visión sincrónica de la realidad. El paisaje urbano que habita nuestra mente enlaza el hoy con las huellas de lo que fue; Gloria Rubio explicita esa duplicidad en las líneas que marcan los límites del mercado que desaparece y en las que anticipan el nuevo mercado. Sus “Límites y recuerdos” crean una realidad en la que se funden distintas capas y los testimonios recogidos de ciudadanos dan cuenta de ese diálogo a veces establecido en la infancia. Unos recuerdos que adquirirán una consistencia más fluida cuando las máquinas echen abajo definitivamente el mercado, cuando no encuentren un asidero al que agarrarse, cuando el olvido comience a hacer su trabajo. 

La unión de dos conceptos como ARTE Y MERCADO parece imposible, lo prosaico junto al deseo de trascendencia, de superación precisamente de lo más cotidiano. Y sin embargo acude a la mente un cuadro tan potente, tan carnal, tan artístico y metafórico como El buey desollado de Rembrandt, esa especie de Cristo desacralizado y clímax de una tradición barroca de bodegones en la que la vanidad de la vida es derrotada sin paliativos por la putrefacción y la muerte. Cierto es que los grandes artistas demostraron sus buenas dotes pictóricas en el prodigio de las calidades táctiles que lograron, pero no es menos cierto que de sus cuadros se desprende el olor nauseabundo y la podredumbre. El aviso barroco contra la vanidad y la apelación al disfrute de la vida ante la inexcusabilidad de la muerte encuentra en un mercado el mejor escenario posible. Allí la muerte es una ofrenda para la vida y un recordatorio continuo. “Vida y muerte” dándose sentido eternamente.Paye Vargas nos ha colocado ante esa verdad insoslayable, y en las paredes frías de las baldosas blancas su espiral de palabras que nos instan a reflexionar sobre ello. La palabra como forma de conjurar la muerte, el pensamiento como camino de asegurarnos de que estamos vivos. La muerte, presencia constante en los puestos del mercado, es un final seguro para el propio edificio. No hay nada que podamos hacer, vivamos pues.

En el terreno intermedio entre la vida y la muerte el instante eterno que cosifica lo banal e intrascendente para que deje de serlo. Como un insecto atrapado en la materia dorada del ámbar, así las imágenes de Enrique Rubio. Fotografías y esculturas translúcidas y ciertamente perturbadoras que pueblan como fantasmas un pasillo desierto. Simulando un juego de reflejos petrificados sus imágenes no parecen una exposición sino el extraño tesoro de un coleccionista. Se trata de un “Espacio” poblado de espíritus mutilados, fraccionados y a la vez tan vivos... Es el homenaje al hecho cotidiano, a la insignificancia de nuestros actos repetidos que al final nos constituyen. ¿Qué quedará de nosotros cuando hayamos muerto? ¿Qué sensación produciremos en aquellos que contemplen nuestras fotografías en la certeza de que no estamos sino en esas evidencias endebles de nuestra existencia? Tal vez el mismo desasosiego que los encuadres de unas imágenes que el objetivo ha rescatado de la vulgaridad para convertirlas en bellos momentos: el desgarrón en la manga o la tensión de la tela de una falda. En realidad es la mirada del autor la queda finalmente fotografiada, fijada en nuestra memoria; su selección de momentos es la que acaba por perdurar en nuestra mente como una experiencia vicaria a la que nos entregamos gustosamente.

La inmediata destrucción del Mercado de Abastos ha determinado en gran medida sus obras, en todos ellos (con mayor o menor peso) gravita la reflexión sobre lo perecedero y por lo tanto sobre el tiempo, nuestro tiempo que se estira entre la vida y la muerte. La consciencia de ese hecho que nos oprime nos induce a olvidarlo a menudo. Y sin embargo el olvido y la memoria siguen tejiendo nuestro ser.

La obra no acaba aquí, los creadores están siempre dispuestos a seguir, a que sigamos con ellos prolongando su creatividad. Por eso ponen a nuestra disposición sus proyectos para que los disfrutemos y los imaginemos desde nuestro lado. Nada ha acabado, no hay telón, por lo menos por ahora. Disfruten. 

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